
Apreciados conciudadanos,
Hoy me dirijo a ustedes con una reflexión serena, sin ánimos de revanchismo ni confrontación, sino con la profunda convicción de que Colombia merece un liderazgo que trascienda la polarización y la ideología, y que en su lugar abrace la unidad y el desarrollo de toda la nación.
Las promesas de cambio suelen ilusionarnos con la esperanza de un país más justo y próspero, pero cuando estas promesas se desvanecen en la inacción, la falta de ejecución presupuestaria y la ausencia de un gobierno para todos, nos enfrentamos a la cruda realidad de haber depositado nuestra confianza en líderes que no estuvieron a la altura de sus palabras. Sin embargo, este no es el fin de nuestra historia, sino la oportunidad para aprender y construir un futuro diferente.
Aprender de la historia para no repetirla
Gabriel García Márquez nos narró en Cien años de soledad (1967) cómo Macondo cayó en la desolación por repetir los mismos errores generación tras generación. No podemos permitir que Colombia siga atrapada en un ciclo de frustraciones políticas donde los líderes gobiernan con resentimiento y revanchismo en lugar de con visión y responsabilidad. La historia nos enseña que los pueblos que no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos.
En la Biblia, la Torre de Babel (Génesis 11:1-9) nos recuerda cómo la falta de entendimiento y la soberbia de imponer una única verdad sin diálogo llevó a la confusión y la dispersión. No podemos seguir dividiendo al país en bandos irreconciliables, pues Colombia es un país pluriétnico y multicultural donde la diversidad debe ser nuestra mayor fortaleza, no un pretexto para el enfrentamiento.
La necesidad de un liderazgo incluyente y eficiente
Los ciudadanos que confiaron en un cambio merecen respuestas. Merecen un gobierno que no instrumentalice a las minorías, que no utilice la literatura para justificar agendas ocultas, ni pactos con actores que han afectado al país por décadas. Merecen un líder o lidereza que, en vez de hablar en términos de odio y resentimiento social, se concentre en gobernar con justicia, escuchando a todos y actuando con eficiencia.
En El otoño del patriarca (1975), García Márquez describe un líder aislado en su propio poder, incapaz de escuchar a su pueblo. Ese no puede ser el destino de Colombia. Necesitamos gobernantes que entiendan que el poder es una responsabilidad y no una oportunidad para perpetuar divisiones.
La historia de Moisés guiando a su pueblo fuera de Egipto (Éxodo 3-14) es una lección sobre la importancia de un liderazgo firme, que no se deje llevar por presiones de grupos de poder, sino que tenga la capacidad de tomar decisiones pensando en el bien común. Colombia necesita un liderazgo que una, que construya sobre lo que nos hace grandes como nación y no sobre las heridas del pasado.
Pensar el futuro con madurez y criterio
Es hora de dejar de lado las vendettas políticas y pensar en el país que queremos construir. En La vorágine (1924), José Eustasio Rivera nos muestra una Colombia devastada por la explotación y la corrupción. No permitamos que la historia de nuestro país siga siendo la misma tragedia repetida con distintos protagonistas. La educación, la ciencia, la industria y el respeto a las instituciones deben ser los ejes de un nuevo liderazgo que gobierne para todos.
Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos (2006) nos recuerda que la memoria histórica no debe ser utilizada para dividir, sino para sanar y aprender. No se trata de borrar el pasado, sino de construir un presente donde la institucionalidad del Estado se respete y se fortalezca para garantizar que nunca más un gobierno gobierne para unos pocos y no para toda la nación.
Elegir con responsabilidad y visión de país
Cada elección es una oportunidad de rectificar el rumbo. Al elegir, no nos dejemos llevar por discursos de odio ni por quienes nos prometen el cielo mientras siembran el caos. Busquemos un líder que no vea en la presidencia un escenario para imponer ideologías, sino un espacio para la construcción de un país donde estudiantes, profesores, empleados, industriales y toda la fuerza productiva trabajen en conjunto por el desarrollo.
Jesús nos enseñó en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37) que la verdadera grandeza está en ayudar al prójimo sin distinción. Necesitamos gobernantes que encarnen esta enseñanza, que no gobiernen solo para quienes los apoyaron, sino para todos los colombianos.
Hoy, más que nunca, tenemos la oportunidad de construir un país basado en el respeto, la pluralidad y el desarrollo armónico. Aprendamos de los errores, exijamos rendición de cuentas y elijamos con la madurez que nos exige nuestra historia y nuestro futuro.
Con esperanza y compromiso,
Robert Ojeda Pérez.
Historiador.

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